domingo, 13 de abril de 2014

La noche del voyeurismo. Teatro A Pelo

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El jueves tuve la oportunidad de ir a ver el último capítulo de Teatro a Pelo, sobre todo empujada por la curiosidad del formato y porque mi querida Eva/Julia me insistía en ir a verla. 




La primera impresión fue de estar en una especie de gymkana, ya que una de las peculiaridades de Teatro A Pelo es que el público lleva asignado un recorrido a través de las escenas y por lo tanto, los espacios. Cada una de las escenas se representaba en una de las estancias del hostel La Caja Habitada, un lugar, a mi parecer, inmejorable y lleno de encanto para la ocasión. Sin duda alguna, si fuera turista me habría encantado quedarme allí.

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Se dieron lugar simultáneamente, con un orden diferente para cada grupo de personas, tres escenas de apenas 15 minutos. Esta vez para mí fueron la terraza, la cocina, y la habitación. Todas las escenas guardaban cierta relación que se hacía más patente a través de las conexiones tecnológicas; llamadas por teléfono o conversaciones por Skype que dejaban claro que todo estaba interrelacionado. Aunque este capítulo obviamente fuera parte de una serie más larga que me he perdido, disfruté de las escenas igual y no sentí que me faltaba nada.
Mi segunda impresión, pasado el caos de ordenarnos todos para entrar en la primera estancia, fue una sensación de fundirme con el entorno y ver sin ser vista. El espacio está configurado de tal forma que no hay realmente una separación física con los actores, simplemente te ubicas donde no molestes. Como el fantasma que siempre quisimos ser alguna vez. Eso de la posición en tres cuartos del teatro, o el mejor plano para la cámara de cine desapareció. A veces yo, desde mi posición, podía ver la mejor interpretación de una actriz, y los de detrás de ella veían la interpretación del otro actor. Nunca llegas a verlo todo y sin embargo es apasionante. 
En la segunda escena, la cocina, quizá me acostumbré un poco más porque la estancia si estaba más dividida en dos: público y “escenario”. Pero igualmente me pareció estupenda la interpretación de la protagonista (desde mi privilegiado punto de vista en la sala) y el despliegue de sincronización para seguir las conexiones con el “exterior” a través de Skype y del teléfono. 
En la tercera escena, ya deseosos de ver a Julia y a Selu, volvió la sensación de voyeurismo multiplicada por mil. Nada más entrar los personajes estaban metidos en su cama, como si unas quince personas no estuvieran entrando en su figurada intimidad. Nos colocamos en las esquinas y empezó el espectáculo. Por muchas razones esta fue mi escena favorita. Hubo alusiones al cine, giros argumentales interesantes, y unos actores que ya me tenían ganada desde hace tiempo, así que salí de allí más que contenta. 
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En resumen, una experiencia que me alegro de haberme no perdido del todo, aunque sólo haya podido ir al último capítulo. Veremos si después de ya creo que dos años la serie sigue y puedo apuntarme alguno más y vosotros que me leéis también, recomendadísimos por mí. 

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